Una mesa para compartir

Erick Contreras* | Guatemala

Volviendo un par de años atrás a nuestra vida, hemos de reconocer cómo  la inocencia del niño o la niña que fuimos, nos llevaba a anhelar en la época decembrina el día en que podíamos buscar debajo del árbol, hermosamente adornado, un regalo que tendría nuestro nombre escrito en algún lado y cuyo contenido podría hacernos felices. Con el tiempo crecimos y estoy seguro de que ahora encontramos un significado nuevo a lo que estos días especiales representan para cada uno.

Con el paso de los años, cambiamos la idea de que lo importante es recibir presentes, pues hemos descubierto que lo más relevante en las fiestas navideñas y de fin de año es el compartir con la familia.

Este reconocimiento de lo verdaderamente esencial nos permite dar gracias a Dios por tener un techo donde refugiarnos, comida para alimentarnos y estar reunidos en la misma habitación con las personas que más amamos en el mundo.

Si hay algo que tengo presente siempre que pienso en la espiritualidad ignaciana o en el mismo Ignacio es el magis, esa palabra que usamos para describir el sentido de transcendencia y que sin conocerla a profundidad empecé a aplicarla. Pero… ¿cómo? te preguntarás.

En mi camino de formación y de crecimiento espiritual he leído mucho acerca de cómo compartir con el prójimo es fundamental, y creo que sin importar la religión que profesemos, esto es un acto de humanidad. Compartir con la familia es una expresión de amor hacia ellos, pero prójimos son también aquellas personas que no tienen las mismas oportunidades o comodidades que nosotros.

Como dijo el papa Francisco en su discurso en Colombia: “les pido que escuchen a los pobres, a los que sufren”. Y aquí radica el corazón de mi reflexión: que estas fiestas nuestro magis se dirija hacia aquellos que nos necesitan; que nuestro “más” nos lleve a organizar con nuestros amigos y familiares jornadas en solidaridad con nuestros hermanos más vulnerables.

Hace un par de años un amigo me invitó a una actividad un poco atípica para mí en ese entonces: salir de madrugada un 24 de diciembre a repartir comida a personas que viven en situación de calle. Una experiencia que he repetido durante muchos años y que me llena al saber que puedo aportar, aunque sea por un día, a que esas personas puedan sentir nuestra solidaridad. Junto con la comida también me acompaña la misión de compartir el amor de Dios.

Finalmente, queridos amigos (as) lectores les motivo a que en esta Navidad y Fin de Año podamos salir de nosotros mismos para dar a los demás y poder compartir nuestra mesa con todos nuestros hermanos y hermanas en el amor de Dios. ¡Felices fiestas!

*El autor es integrante de la Comunidad Magis de Guatemala.